Conocí a Orosmán en el Congreso de la Unión Latinoamericana de Ciegos, mientras esperaba fuera de la sala donde se elegían sus nuevos representantes.
Sobre la entrada a la sala de votación había una mesa y, sentados en ella, dos veteranos mirándose a los ojos de una forma muy especial: como anunciando que algo estaba a punto de suceder. Al acercarme, noté que uno de ellos era mago y que se encontraba en plena actuación, así que me uní para poder disfrutar del espectáculo yo también.
Siempre me gustó la magia y la sensación de sorpresa y ansiedad que genera presenciar un buen truco, el querer saber cómo se hace tras no encontrar una explicación sencilla o racional. Dicen que la clave es mantener el secreto y la mística, pues de otra manera perderíamos el interés y, sobre todo, la capacidad de sorprendernos. Este mago, un veterano de largo andar, nos maravilló por completo. Entre trucos y chistes, no tardaron en aparecer más espectadores, todos asombrados con los «poderes» de este particular señor. Al contarle que era un aficionado de la magia nos pusimos a charlar y me invitó a acompañarlo a almorzar en un bar cercano. Allí le comenté mi interés en fotografiarlo. Él me dió su tarjeta y yo volví a visitarlo, sorprendiéndome aún más.
A pocas cuadras del Palacio Legislativo vive Orosmán Zeballos. Un mago de 81 años de edad quien – además dominar el arte del ilusionismo y el humor – toca el clarinete, el requinto, el saxofón, el bandoneón, el piano y la guitarra. Arrienda una habitación en la casa de Martín y Marga, una pareja de 83 años que lleva toda una vida junta. Hoy son quienes asisten a Orosmán a causa de su discapacidad, pues él es ciego desde el día en que nació y, como él mismo dice, es «un mago que engaña la vista de los demás, sin nunca haber tenido vista». Sin duda, una historia para ver.
Fotografías y texto: Pablo Albarenga
Edición: Pablo Albarenga/Gabriela Rufener